La Fiesta de las tiendas o de los tabernáculos o de las chozas


Una de las tres grandes fiestas del calendario litúrgico hebreo, incluso la más grande. El nombre común, fiesta de los Tabernáculos, trae a la mente la costumbre establecida por la ley de Levítico 23,40, de erigir en los tejados de las casas, incluso en calles y plazas públicas, chozas de ramas y follaje en las que estaban obligados a vivir durante la celebración entera todos los que no estuviesen exentos debido a enfermedad o debilidad.

Esta consideración naturalista, no toma en cuenta la significación que en todo momento se vinculó a la fiesta. Es cierto que uno de los rasgos de las celebraciones era, en cierto modo, una fiesta del final de la cosecha y una ofrenda de acción de gracias por las cosechas del año (Deuteronomio 16,13; Éxodo 23,16); y es debido, quizás, a este rasgo especial que el carácter del evento era de júbilo y regocijo, y que entonces se ofrecían numerosos sacrificios; aún así para los judíos, la fiesta de los Tabernáculos fue siempre y principalmente, en conmemoración de la morada de sus antepasados en sus tiendas del desierto (Lev. 23,43) y en acción de gracias por la morada permanente recibida en la Tierra Prometida, y luego, tras la construcción del Templo, por un lugar de culto permanente (cf. 1 Reyes 8,2; 12,32). 

La fiesta comenzaba en el decimoquinto día del séptimo mes, Ethanim de Tishri (aproximadamente nuestro septiembre), y duraba siete días (Lev. 23,34-36). Cada israelita varón, según la ley, estaba obligado a ir a Jerusalén, y "todos los pertenecientes al pueblo de Israel", estaba obligado a vivir en las chozas que, aunque conllevaba un poco de incomodidad, al mismo tiempo contribuía mucho a la reinante alegría de la celebración. Entonces, la distinción entre ricos y pobres se flexibilizaba algo en el campamento general, de esta manera la fiesta tenía una influencia social más beneficiosa. 

El primer día se consideraba el más solemne y como si fuese un sábado, cualquier trabajo servil estaba prohibido en ese día; durante toda la octava se ofrecían numerosos sacrificios (Núm. 29,12-39) y el octavo día [llamado el más solemne de la fiesta en Juan 7,37], también se consideraba un sábado igual al primero, marcado por sacrificios especiales propios, se tumbaban las chozas y las personas retornaban al hogar. 

Después del Exilio en Babilonia, la fiesta se prolongó hasta el vigésimo quinto día del mes, y se añadieron dos nuevos ritos al antiguo ceremonial. Cada mañana de la celebración, un sacerdote bajaba hasta la Fuente de Siloé, de donde traía, en una vasija dorada, agua que derramaba sobre el altar de los holocaustos en medio de cantos de aleluya [Sal. 111(110)-118(117)] y el sonido jubiloso de instrumentos musicales.
Posiblemente fue la realización de esta ceremonia que dio a Nuestro Señor la ocasión para comparar la acción del Espíritu Santo en los fieles con una fuente de agua viva (Juan 7,37-39). 

El otro nuevo rasgo agregado al ritual de la fiesta fue la iluminación del patio de las mujeres, conjuntamente con el cantar de los Salmos Graduales [Sal 120(119)-134(133)] y la representación de danzas o procesiones en los recintos sagrados. En el octavo día una procesión pasaba siete veces alrededor del altar, llevando ramas de mirto y palmeras y gritando: "¡Hosanna!", en memoria de la caída de Jericó. 

Cada siete años, que es el año sabático, durante la Fiesta de las Tiendas, se debía leer la Ley delante de todo el pueblo según el mandato que aparece en Deut. 31,10. Pero probablemente esta norma luego fue considerada impracticable; y entonces las autoridades judías ordenaron leer una porción de la Ley en cada sábado, comenzando en el siguiente sábado después de la Fiesta de los Tabernáculos en un año sabático y terminando con la Fiesta de los Tabernáculos al siguiente año sabático (o de remisión), calculando así que el Pentateuco se leería en el transcurso de siete años. De este modo se cumpliría el mandato de alguna manera. 

Algún tiempo después, los judíos de Palestina prolongaron las secciones para cada sábado de tal modo que se podía leer la Ley entera en tres años. En la actualidad (esta costumbre parece remontarse al primer siglo a.C.) los judíos tienen el Pentateuco dividido de tal forma que lo leen completo en un año, la primera Parashah (división) establecida para el sábado después de la Fiesta de los Tabernáculos, y los últimos capítulos para el último día de la fiesta del año siguiente, siendo este el día de "regocijo en la Ley." 




Fuente: Souvay, Charles. "The Feast of Tabernacles." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912.
Traducido por José Luis Anastasio. L H M, en Enciclopedia Católica (http://ec.aciprensa.com)

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